Un artículo - precioso a mi juicio - de Chema, afectado, que entró aquel día....con tantas personas de las PAH´s catalanas, y merece leerlo.
¡JUNTOS
SE PUEDE!
“¡Sí,
se puede!” es el grito que todavía resuena en mis oídos desde el
pasado jueves 7 de febrero.
Esa
mañana yo ni siquiera sabía cuál era el objetivo específico por
el que nos habían convocado los representantes de la PAH (Plataforma
de Afectados por la Hipoteca), la única información que tenía era
el lugar y la hora de reunión, y no me esperaba en absoluto
participar en algo de aquella envergadura. Una vez conocí el plan
que se quería llevar a cabo, mi imaginación me transportó a
aquellos años de la lucha anti-franquista en los que yo era aún
demasiado joven para participar en acciones similares de protesta
popular.
Eran
las 10,30 h de la mañana cuando entrábamos como el agua de un
tsunami en el vestíbulo de la oficina principal del BBVA en
Barcelona, en la céntrica plaza de Catalunya. Ni la Guardia Urbana,
que parecían estar sobre aviso de que algo iba a pasar, ni los
empleados de seguridad del banco pudieron impedir que varios grupos
de miembros de las diferentes PAH de toda Catalunya irrumpiéramos
en masa, a la hora convenida, para “tomar” aquella regia oficina
bancaria y reclamar algo a lo que el BBVA lleva haciendo oídos
sordos desde que empezó el drama económico-social de las
innumerables ejecuciones hipotecarias.
—¡Sí,
se puede!— La acristalada cúpula de la sede del BBVA en Barcelona
hacía las veces de enorme caja de resonancia, amplificando nuestras
voces y los irritantes sonidos de los silbatos, trompetas y bocinas
que no paraban de sonar.
Los
sorprendidos empleados del banco se tapaban los oídos y nos miraban
con caras extrañadas, mientras las verdes camisetas y los símbolos
de Stop-Desahucios llenaban todo el espacio que poco antes era una
pulcra y reluciente sala diáfana, donde se atendía a unos clientes
que ahora ya no se atrevían a entrar.
Dada
la excitación que reinaba en aquel momento de victoria inicial, a
los representantes de la PAH les costó que se hiciera el suficiente
silencio para explicarnos a todos, ocupantes y “ocupados”, qué
era lo que se quería conseguir con aquel acto.
Ni más
ni menos aquello era un intento para que, de una vez por todas, el
BBVA hiciera caso a las solicitudes de dación en pago de sus
clientes, que seguían rechazando sistemáticamente, y para que
cambiaran su actitud totalmente reacia a implantar una política de
“alquiler social” ante la situación de emergencia que muchas
familias están viviendo en este país, evidentemente es mucho más
rentable patrocinar una liga de fútbol, como la Liga BBVA.
Habíamos
ocupado aquella oficina para forzar una negociación con algún
interlocutor válido del banco, con poder de decisión, ante la
negativa y la cerrazón del BBVA a afrontar con un mínimo de
responsabilidad social una situación que ya traspasa lo meramente
económico, y que está causando episodios tan dramáticos como los
que momentos después pudimos escuchar de las voces de los propios
afectados, y de representantes de las diferentes PAH que se habían
desplazado hasta allí.
El
pequeño aparato de megafonía portátil empezó a vomitar un drama
tras otro, mientras algunos empleados del banco, ciertamente una
minoría, nos miraban desde el primer piso con unas sonrisas cargadas
de cinismo. Esas muecas nos hicieron más daño que un porrazo en las
costillas.
Una
mujer divorciada explicó que había tenido que optar entre pagar la
hipoteca o dar de comer a su hija de tres años, porque llevaba
varios meses sin trabajar, estaba a punto de quedarse sin subsidio de
desempleo y no recibía la pensión alimenticia para su hija; se
presentó una familia con tres hijos donde solo trabajaba la mujer
desde hacía dos años; un hombre con dos hijos relató que al
renegociar su hipoteca, para invertir el capital en su negocio, las
condiciones de la renovación habían hecho aumentar las cuotas a
pagar cada año de forma vertiginosa hasta convertirse en una
cantidad imposible de asumir; y así hasta el momento en que no pude
contener las lágrimas, cuando un hombre de una PAH del Vallés nos
explicó dos casos muy similares entre sí de clientes del BBVA de
aquella zona.
Uno de
ellos era el de una anciana que había avalado a su hijo para la
compra de un piso, al quedarse éste en el paro y no poder hacer
frente al pago de las cuotas de la hipoteca el banco se quedó con el
piso pero, al ser avaladora la madre del titular “con todos sus
bienes presentes y futuros” también están llevando a cabo la
ejecución de “su derecho” sobre la vivienda de la persona
avaladora. ¡Se quieren quedar con dos pisos por una sola hipoteca!
El
otro caso era idéntico pero con un final sobrecogedor: el padre del
titular de una hipoteca, que tampoco podía seguir pagando, se
suicidó hace apenas unos días tirándose delante de un tren al ver
perdida su casa por ser avalador de su hijo. Parece ser que este caso
no ha trascendido a la opinión pública.
La
rabia y la impotencia arrancaron un nuevo grito a los que habíamos
permanecido en silencio hasta entonces:
—¡Asesinos!,
¡asesinos!—
¿No
es acaso un crimen acosar hasta la desesperación a una familia para
quedarse con su hogar, después de haberse quedado ya con el inmueble
que avalaba directamente la hipoteca?
En
aquella sala rugían a la vez las gargantas de todo tipo de personas,
no solo de condición humilde sino también de otros que habían
tenido buenos empleos y que la crisis general que nos envuelve ha
dejado en el paro; no solamente de personas sin estudios sino también
de gente con carreras universitarias; no únicamente de personas
jóvenes, que puedan ser más irreflexivas, sino también de personas
muy maduras, tanto física como mentalmente.
Entre
aquella enorme tensión que se respiraba mis ojos se quedaron
clavados en uno de los eslógans publicitarios del banco, que
coronaba un panel informativo. Se me revolvió el estómago al
leerlo: “Et fem la vida més fácil”.
Los
interlocutores del banco llegaron alrededor de las 12 de la mañana,
pero levantaron mucho menos los ánimos entre los reunidos que la
llegada de Ada Colau. Era la segunda vez que yo la veía pero la
sensación que me transmitió fue la misma que la primera: la de una
mujer sencilla, implicada totalmente con las familias y las personas
a las que defiende, y muy humana.
La
negociación no obtuvo los resultados deseados, en gran parte porque
los interlocutores que se habían desplazado hasta allí tenían un
poder muy limitado de decisión sobre las cuestiones que se les
reclamaban.
Sobre
las 2 de la tarde solo se había conseguido un compromiso en cuanto a
los documentos que el banco iba a solicitar a los afectados, para no
seguir “mareándolos” como hasta el momento, y a que en el plazo
máximo de un mes se les daría alguna respuesta por parte del banco.
No era
suficiente y los ánimos se caldeaban por momentos.
Hacia
las 5 la comisión negociadora nos anunció que el único acuerdo más
al que se había llegado era el de suspender inmediatamente las
ejecuciones de los desahucios hasta que se diera una respuesta a los
afectados, antes del plazo acordado de un mes y después de haber
estudiado sus casos, pero que los temas de las daciones en pago
totales y de los alquileres sociales eran políticas de empresa sobre
los que los interlocutores que había enviado el banco no podían
decidir, por lo que se emplazaba a continuar con la negociación a
partir del lunes siguiente.
Esto
planteó un debate respecto a dar un margen de confianza a los
representantes del banco y abandonar la oficina, o a mantener la
presión quedándose allí a pasar la noche.
El
cansancio, la rabia y la decepción de unos se mezclaba con la
confianza y el sentimiento de haber conseguido una pequeña gran
victoria de otros, teniendo en cuenta el inmovilismo y el menosprecio
que la entidad había demostrado hasta entonces, hacia la situación
en general y hacia sus clientes, convertidos ahora en simples
“morosos” para ellos.
Yo
tenía que ir a otro compromiso a las 7 de la tarde, por lo que sobre
las 5,30 h me dispuse a marcharme, pero una sorpresa que reavivó los
ánimos de todos me lo impidió: un nutrido grupo de yayo-flautas,
con un enérgico representante megáfono en mano aparecieron en la
puerta del banco para darnos su apoyo, camino de otra acción
similar. Entraron en el vestíbulo con sus carteles en las manos, sus
canas y sus arrugas en la piel y su indignación en el alma por todo
lo que está ocurriendo en este país y que está haciendo
desvanecerse todo aquello que tanto les costó ganar a base de
sufrimiento en su época de juventud.
Este
jueves 7 de febrero pasaron muchas cosas en aquel banco que dejamos
lleno de trocitos de papel en el suelo y de pegatinas en las paredes,
esos fueron los únicos “desperfectos” que aquella gran cantidad
de personas indignadas y desesperadas causamos mientras estuve yo
allí.
Quiero
olvidar aquellas feas e incomprensibles sonrisas de unos pocos
empleados del banco y recordar, en cambio, la gran solidaridad de
otros muchos, jóvenes y mayores, que nos aportaron apoyo, soporte y
calor humano, como los miembros del Movimiento 15-M que montaron una
improvisada cocina en un banco de la acera donde prepararon con gran
cariño bocadillos para todos, repartiendo también mandarinas.
No
quiero que se borren de mi memoria las lágrimas de Ada Colau al
sentirse rodeada por aquellas personas que, más que admiración, le
profesan auténtica fe y devoción por todo lo que está haciendo por
defenderlos, pero sí quiero olvidar el miedo por mis compañeros que
experimenté cuando, al salir del banco a las 5,45 h, vi en la C/.
Pelai nueve furgones de las unidades antidisturbios de los Mossos
d’Esquadra.
Nunca
olvidaré lo que viví en aquellas casi ocho horas de un día que, al
levantarme de la cama, iba a ser para mí como otro cualquiera, sobre
todo porque al día siguiente supe que otra persona desesperada por
las deudas se había suicidado en Córdoba.
Juntos
¡sí, se puede!... mientras hay vida.
Chema
Montorio.
1 comentario:
Ante una situación tan grave como la que vivimos y ante la indefensión en que nos encontramos no nos queda mas alternativa que la unión y el apoyo mutuo, porque visto lo visto de nadie mas recibiremos ayuda.
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